EL CERRO DE POTOSÍ
Luis Capoche
Más había de doce años que los
españoles poseían este reino y no tenían noticia de este cerro, en cuyo tiempo
por algunos de los nuestros de labraron las minas del asiento de Porco, que era
la grosedad del reino, y en su descubrimiento (del Potosí) no se halló rastro
que los antiguos incas o reyes se hubiesen apro–vechado de sus minas, ni se
halló señal de labor (como en Porco, donde la habían tenido), ora por alguna
vana observancia y ceremonia a que eran inclinados estos indios, adorando los
montes señalados y piedras singulares, la ciega y más engañada gente,
dedicándolos a sus huacas y adoraciones –que era el lugar donde el demonio los
hablaba y hacían sus sacrificios–, y hallóse fama que queriendo los indios de
Chaqui, que es un pueblo cinco leguas de esta villa, labrarlo, había sucedido
en aquella sazón una mortandad muy grande, que atribuyendo a esto lo dejaron; y
que sabido por el Inca, temeroso de estos abusos (avisos?), mandó que no se
labrase; y que los indios oyeron voces en el aire que decían que para otra
gente mejor estaba guardado y que habían de sacrificarle más que ellos) o por
serles ignoto y no sabido su valor y riqueza, teniéndola Dios guardada y oculta
tantos siglos para remedio y socorro de nuestra nación. Y así hizo Dios ricos
de bienes temporales a estos reinos, conociendo nuestra inclinación que tan
rendida está a estos metales, porque si faltaran dificultosamente se predicara
por ser la tierra tan remota e incomodada.
El primero que dio noticia de él, con manifestación y
registro público, fue un indio guanca natural de Jauja, yanacona de Villarroel,
que era un español que residía en las minas de Porco. Y antes de éste, el que
lo descubrió y sacó plata de sus minas fue un indio llamado Gualpa, de nación
chumbivillca que es(tá) en tierra del Cuzco, que yendo por la parte del
po0niente siguiendo unos venados se le fueron subiendo el cerro arriba, y como
está empinado y entonces estaba mucha parte cubierto de unos árboles que llaman
quiñua y de muchas matas, por subir un paso algo áspero le fue forzoso asirse
de una rama que estaba nacida en la veta que (después) tomó nombre (de) la
Rica. Y en la raíz y vacío que dejó conoció el metal, que era muy rico por la
experiencia que tenía de lo Porco; y halló en el suelo, junto a la veta, unos
pedazos de metal que se habían soltado de ella y no se dejaban bien conocer,
por tener gastada la color del sol y agua, y llevólo a Porco a ensayar por
guaira.
Y como viese su extremada riqueza, secretamente labraba la
veta sin comunicarlo que con nadie hasta tanto que el indio guanca, que era su
vecino en Porco, vio que sacaba de las fundiciones que hacía mayores tejos que
los que ordinariamente se fundían de los metales de aquel asiento, y que estaba
mejorando en los atavíos de su persona, porque hasta allí había vivido
pobremente. Y deseoso de saber lo que en esto había, procuró de ver el metal, y
extrañándolo le preguntó a de qué mina era; y el Gualpa le decía que de Porco,
que él no sabía de otras minas, y el guanca se lo negaba. Y tanto le importunó,
que le hubo de decir lo que pasaba y le trajo a este cerro, habiendo más de
ocho meses que él solo se aprovechaba de la mayor riqueza que se había visto en
el mundo. Y dijo al guanca que tomase por suya una veta que también tenía descubierta, que estaba
cerca de la otra, que después tomó nombre de Diego Centeno, que no era menos
rica, aunque más dura de labrar. Y con esta conformidad partieron el cerro
entre sí. Y el guanca, como sacaba el metal con alguna dificultad de más
trabajo, pedía al Gualpa le dejase labrar en su veta, pues era suficiente para
los dos; y como se lo denegase, se desavinieron con muchas diferencias. E
indignado de esto el guanca, avisó a su amo Villarroel, el cual se fue con él a
ver lo que le decía, y visto lo que pasaba, hizo registrar al guanca,
estacándose con él en la mina que labraba en (la veta después llamada de)
Centeno, cuyo registro se hizo en Porco en veinte y un días del mes de abril de
mil quinientos y cuarenta y cinco años.
Relación
general de la Villa Imperial de Potosi,
por Luis Capoche. Edición de Lewis Hanke. Ediciones Atlas. Madrid, 1959. Pág.
77.
NOTA
El autor de la crónica de la que
se ha extraído esta historia potosina, fue, al parecer, un individuo de vida
tranquila, alejado de desmanes, juicios, peleas y asesinatos, tan corrientes en
la riquísima e imperial villa de Potosí. Lewis Hanke, deduce que Luis Capoche
era sevillano, nacido en 1547 y tal vez muerto por 1613. (En un documento
oficial, fechado en 1585, registra que el cronista tenía 38 años al presentarse
a declarar).
La
Relación general del asiento y villa
Imperial de Potosí y de las cosas más importantes a su gobierno, dirigida al
Excmo. Sr. Don Hernando de Torres y Portugal, conde del Villa y virrey del
Perú, la terminó Capoche el 10 de agosto de 1585, y la envió a Lima para
ser entregada al nuevo virrey. En esas fechas, el cerro de Potosí recién había
alcanzado la tercera década de su explotación.
Como
resulta común con estos documentos históricos de América, el original se perdió
y se han encontrado en el Archivo general de Sevilla, dos copias, una de 1585
debida a fray Nicolás Venegas de los Ríos, y otra, de un siglo posterior,
realizada por dos copistas poco escrupulosos. El texto que se considera fiel es
el de 1585, y es el utilizado por Hanke para su primera edición en 1959 (más de
cuatro siglos de haber sido escrita).
Esta
crónica, la primera encontrada (y tal vez la primera escrita) sobre Potosí,
está formada por informaciones detalladas de las vetas existentes, de los
nombres de sus propietarios, de su producción; también trata temas técnicos
sobre la explotación del cerro y el tratamiento a los metales, y propone
medidas para terminar con la explotación y muerte continua de los indios
obligados a trabajar en pésimas y mortales condiciones.
De
vez en cuando –y más menos que más–, Catoche registra algún hecho anecdótico
sobre la vida en Potosí, puesto que su intención, según declara, es dar una
información lo más inteligible posible, “sin escribir curiosidades en el orden
de estilo”.
Sin
embargo, en la introducción, Catoche realiza una descripción del lugar y de la
vida social en Potosí, que resulta por demás interesante e ilustrativa sobre
las costumbres y condiciones de vida en la tan famosa villa.
“El
cerro y Villa Imperial de Potosí está situado en tierra fría, de muchas nieves,
estéril y de ningún fruto, y casi inhabitable por su desabrido y mal temple.
Antes del descubrimiento del cerro no tuvo población por su mal temperamento.”
También
se refiere a los “recios vientos que se llaman tomahavis (por venir de un pueblo de ese nombre); son impetuosos, y
vienen frigidísimos y con tanto polvo y arena que oscurecen el aire y causan
mucho desabrimiento aunque no son enfermos.”
“Llueve
poco en este pueblo y entran las aguas por fin de noviembre, y su fuerza es por
enero y febrero. No se cría en él y sus términos ningún género de
mantenimiento, excepto algunas papas…”
“El
sitio del lugar es áspero y con cuestas y quebradas. Sus edificios son los
peores que hay en estas partes (por ser sencillos y bajos y mal ordenados) y
chicas (las) casas a causa de ser tierra fría y costosa y haber malos
materiales, y los que las han habitado y habitan son tratantes que van y vienen
sin ningún asiento, a quien toca poco el bien público y el aumento de los
pueblos.”
“…
en este tiempo ha llegado el negocio de las galas de esta villa a tal punto,
que donde no se gastaba más que paño pardo y botas de baqueta (por estar
prohibido antiguamente que se trajesen sedas), andan vestidos de terciopelo y
raja y medias de punto, y apenas se verán calzas que no traigan brocados y
telas de oro, y esto tan general, que oficiales y mulatos se las ponen. Después
(de la introducción de) los azogues se ha ennoblecido esta villa por la mucha
gente que ha ocurrido a ella y los casamientos que se han hecho. Y es tanta la
curiosidad de los atavíos.”
“…
no se halló rastro que los antiguos incas o reyes se hubiesen aprovechado de
sus minas, ni se hallo señal de labor (como en Porco, donde la habían tenido),
ora por alguna vana observancia y ceremonia a que eran inclinados estos indios
(adorando los montes señalados y piedras singulares, la ciega y más engañada
gente, dedicándolos a sus huacas o adoraciones –que era el lugar donde el
demonio les hablaba y hacían sus sacrificios–, se halló fama que queriendo los
indios de Chaqui, que es un pueblo cinco leguas de esta villa, labrarlo, había
sucedido en aquella sazón una mortandad muy grande, que atribuyendo a esto lo
dejaron; y es sabido por el Inca, temeroso de estos abusos (¿avisos?), mandó
que no se labrase; y que los indios oyeron voces en el aire que decían que para
otra gente mejor estaba guardado y que habían de sacrificarle más que ellos) o
por serles ignotos y no sabido su valor y su riqueza, teniéndola Dios guardada
y oculta tantos siglos para remedio y socorro de nuestra nación. Y así hizo
Dios ricos de bienes temporales a estos reinos, conociendo nuestra inclinación
que tan rendida está a estos metales, porque si faltaran, dificultosamente se
predicara por ser tierra tan remota e incomodada.”
La
descripción escrita por Capoche del descubrimiento de la primera mina del cerro
de Potosí, es similar a las consignadas por diversos historiadores al tratar
sobre la inmensa riqueza de ese cerro. Se duda que la relación de Catoche haya
sido conocida antes de la fecha de la publicación de Hanke, quien, sin embargo,
encuentra en la historia del padre Acosta palabras idénticas a las de Catoche,
como si hubiera tenido a la vista el manuscrito al escribir la suya; en la
historia de Herrera encuentra sentencias características de Capoche; y anota
que León Pinelo consideraba a Capoche como una de las autoridades de su nunca
concluida historia de la villa de Potosi.
Prólogo de Lewis
Hanke a la edición citada de Atlas.
“Relación del
Cerro de Potosí y de su descubrimiento”, por Rodrigo de la Fuente; “Relación
muy particular del cerro y minas de Potosí… (1573), por Nicolás de Benino;
“Descripción de la Villa y Minas de Potosí (1603)”, anónima, en: Relaciones geográficas de Indias. Perú. Tomo
II. Ministerio de Fomento. Madrid, 1885. Págs. 88 a 136
Historia de la Villa Imperial de Potosí, por Nicolás de
Martínez Arzanz y Vela. Edición e introducción de Gustavo Adolfo Otero. Emecé
Editores. Buenos Aires, 1943. Pág. 107.
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