VASCO
PORCALLO DE FIGUEROA
En la villa de la Trinidad, que es un pueblo de los de
aquella isla (de Cuba), vivía un caballero muy rico y principal llamado Vasco
Porcallo de Figueroa, deudo cercano de la ilustrísima casa de Feria. El cual
visitó el gobernador en la ciudad de Santiago de Cuba, y, como él estuviese en
ella algunos días y viese la gallardía y gentileza de tantos caballeros y tan
buenos soldados como iban a esta jornada (de La Florida) y el aparato magnífico
que para ella se proveía, no pudo contenerse que su ánimo ya resfriado de las
cosas de la guerra no volviese ahora de nuevo a encenderse en los deseos de
ella. Con los cuales, voluntariamente se ofreció al gobernador de ir en su
compañía a la conquista de la Florida tan famosa, sin que su edad, que pasaba
ya de los cincuenta años, ni los muchos trabajos que había pasado así en Indias
como en España e Italia, donde en su juventud había vencido dos campos de
batalla singular, ni la mucha hacienda ganada y adquirida por las armas[1],
ni el deseo natural que los hombres suelen tener de la gozar, fuese para
resistirle; antes posponiéndolo todo, quiso seguir al adelantado, para lo cual
le ofreció su persona, vida y hacienda.
El gobernador, vista una determinación tan heroíca, y
que no la movía deseo de hacienda ni honra, sino propia generosidad y el ánimo
belicoso que este caballero siempre había tenido, aceptó su ofrecimiento, y
habiéndole estimado y con palabra encarecida en lo que era razón, por corresponder
con la honra que tan gran hecho merecía, le nombró por teniente general de toda
su armada y ejército, habiendo muchos días antes depuesto de este cargo a Nuño
Tovar por haberse casado clandestinamente con doña Leonor de Bobadilla, hija
del conde de la Gomera.
Vasco Porcallo de Figueroa y de la
Cerda, como hombre generoso y riquísimo ayudó magníficamente para la conquista
de la Florida, porque, sin los muchos criados españoles, indios y negros que
llevó a esta jornada, y sin el demás aparato y menaje de su casa y servicio,
llevó treinta y seis caballos para su persona, sin otros más de cincuenta que
presentó a caballeros particulares del ejército. Proveyó de mucho bastimento de
carnaje, pescado, maíz y cazavi, sin otras cosas que la armada hubo menester.
Fue causa que muchos españoles de los que vivían en la isla de Cuba a imitación
suya se animasen y fuesen a esta jornada.
II
El gobernador Hernando de Soto, que, como dijimos, iba
navegando en demanda de la Florida, descubrió tierra de ella el postrer día de
mayo, habiendo tardado diez y nueve días por la mar por haberle sido el tiempo
contrario. Surgieron las naos en una bahía honda y buena que llamaron del
Espíritu Santo, y, por ser tarde, no desembarcaron gente alguna aquel día.
El primero de junio echaron los bateles a tierra, los
cuales volvieron cargados de hierba para los caballos y trajeron mucho agraz de
parrizas incultas que hallaron por el monte, que los indios de todo este gran
reino de la Florida no cultivan esta planta ni la tienen en la veneración que
otras naciones, aunque comen la fruta de ella cuando está muy madura o hecha
pasas. Los nuestros quedaron muy contentos de las buenas muestras que trajeron
de tierra por asemejarse en las uvas a España, las cuales no hallaron en tierra
de México ni en todo el Perú.
El segundo día de junio mandó el gobernador que saliesen
a tierra trescientos infantes al auto y solemnidad de tomar la posesión de ella
por el emperador Carlos Quinto, rey de España. Los cuales, después del auto
anduvieron todo el día por la costa sin ver indio alguno y a la noche se
quedaron a dormir en tierra. Al cuarto del alba dieron los indios en ellos con
tanto ímpetu y denuedo que los retiraron hasta el agua, y, como tocasen arma,
salieron de los navíos infantes y caballos a los socorrer con tanta presteza
como si estuvieran en tierra.
El teniente general Vasco Porcallo de Figueroa fue el
caudillo del socorro. Halló los infantes de tierra apretados y turbados como
bisoños, que unos a otros se estorbaban al pelear, y algunos de ellos ya
heridos de las flechas. Dado el socorro y seguido un buen trecho el alcance de
los enemigos, se volvieron a su alojamiento. Y apenas habían llegado a él
cuando se les cayó muerto el caballo del teniente general de un flechazo que en
la refriega le dieron sobre la silla, que pasando la ropa, tejuelas y bastos,
entró más de una tercia por las costillas a lo hueco. Vasco Porcallo holgó mucho
de que el primer caballo que en la conquista se empleó y la primera lanza que
en los enemigos se estrenó, fuese el suyo.
III
Un día de los que el gobernador estuvo en el pueblo de
Hirrihigua, tuvo aviso y nueva cierta cómo el cacique estaba retirado en un
monte no lejos del ejército. El teniente general Vasco Porcallo de Figueroa,
como hombre tan belicoso y ganoso de honra, quiso ir por él, por gozar de la
gloria de haberlo traído por bien o por mal, y no aprovechó que el gobernador
quisiese estorbarle el viaje diciéndole que enviase otro capitán, sino que
quiso ir él mismo.
Y así, nombrando los caballeros e infantes que le
pareció llevar consigo, salió del real con gran lozanía y mayor esperanza de
traer preso o hecho amigo al curaca Hirrihigua. El cual, por sus espías supiese
que el teniente general y muchos castellanos iban donde él estaba, les envió un
mensajero diciendo que les suplicaba no pasasen adelante porque él estaba en
lugar seguro donde por más y más que trabajasen no podrían llegar a él por los
muchos malos pasos de arroyos, ciénagas y montes que había en medio. Por tanto,
les requería y suplicaba se volviesen antes que les acaeciese alguna desgracia
si entrasen en alguna parte donde no pudiesen salir y que este aviso les daba,
no de miedo que de ellos tuviese que le hubiesen de prender, sino en recompensa
y servicio de la merced y gracia que le habían hecho en no haber hecho el mal y
daño que en su tierra y vasallos pudieran haber hecho.
Este recaudo envió muchas veces el cacique Hirrihigua,
que casi se alcanzaban los mensajeros unos a otros. Mas el teniente general
cuanto ellos más se multiplicaban tanto más deseaba pasar adelante, entendiendo
al contrario y persuadiéndose que era temor del curaca y no cortesía ni manera
de amistad y que, porque no se le podía escapar, porfiaba tanto con los
mensajes.
Con estas imaginaciones se daba más prisa a caminar,
sirviendo de espuelas a todos los que con él iban, hasta que llegaron a una
grande y mala ciénaga. Dificultando todos el pasar por ella, sólo Vasco Porcallo
hizo instancia a que entrasen y, por moverles con el ejemplo, porque como
plático soldado que había sido, sabía que para ser un capitán obedecido en las
dificultades no tenía mejor remedio que ir delante de sus soldados (aunque ésta
era temeridad), dio de las espuelas al caballo y entró a prisa en la ciénaga y
en pos de él entraron otros muchos.
Mas, a pocos pasos que el teniente general dio, cayó
el caballo con él, donde se hubieran de ahogar ambos, porque los de a pie por
ser légamo y lodo no podían nadar para llegar a prisa a socorrerle y por ser
cieno se hundían si iban andando, y los de a caballo por lo mismo no podían
llegar a favorecerle, que todos corrí an un mismo peligro, sino que el de Vasco
Porcallo era mucho mayor por estar cargado de armas y envuelto en el cieno y
haberle tomado el caballo una pierna debajo, con que lo ahogaba sin dejarle
valerse de su persona.
De este peligro salió Vasco Porcallo más por misericordia
divina que por socorro humano, y, como se vio lleno de lodo, perdidas las
esperanzas que de prender al cacique llevaba y que el indio, sin haber salido
con armas al encuentro a pelear con él, sólo con palabras enviadas a decir por
vía de amistad le hubiese vencido (corrido y avergonzado de sí propio, lleno de
pesar y melancolía), mandó volver a la gente.
Y, como con el enojo de esta desgracia se juntase la memoria
de su mucha hacienda y el descanso y regalo que en su casa había dejado y que
su edad ya no era de mozo y que la mayor parte de ella era ya pasada y que los
trabajos venideros de aquella conquista todos, o los más, habían de ser como
los de aquel día, o peores, y que él no tenía necesidad de tomarlos por su
voluntad, pues le bastaban los que había pasado, le pareció volverse a su casa
y dejar aquella jornada para los mozos que a ella iban.
Con estas imaginaciones fue todo el camino hablándolas
a solas y a veces en público, repitiendo los nombres de los dos curacas
Hirrihigua y Urribarracuxi, desmembrándolos por sílabas y trocando en ellas
algunas letras para que le saliesen más a propósito que por ellas quería
inferir, diciendo: "Hurri Harri, Hurri, Higa, burra coja, Hurri Harri. Doy
al diablo la tierra donde los primeros y más continuos nombres que en ella he
oído son tan viles e infames. Voto a tal, que de tales principios no se pueden
esperar buenos medios ni fines; ni de tales agüeros, buenos sucesos. Trabaje
quien lo ha menester para comer o ser honrado que a mí me sobra hacienda y
honra para toda mi vida, y aún para después de ella."
Con estas palabras, y otras semejantes, repetidas
muchas veces, llegó al ejército, y luego pidió licencia al gobernador para
volverse a la isla de Cuba[2].
El general se la dio con la misma liberalidad y gracia que había recibido su
ofrecimiento para la conquista y con la licencia le dio el galeoncillo San
Antón, en que se fue.
IV
Vasco Porcallo repartió por los caballeros y soldados
que le pareció sus armas y caballos y el demás aparato y servicio de casa que,
como hombre tan rico y noble, lo había llevado muy bueno y aventajado. Mandó
dejar para el ejército todo el bastimento y matalotaje que para su persona y
familia había sacado de su casa.
Dio orden que un hijo suyo natural llamado Gómez
Suárez de Figueroa, habido en una india de Cuba, se quedase para ir en la
jornada con el gobernador; le dejó dos caballos y armas y lo demás necesario
para la conquista. El cual anduvo después en toda ella como muy buen caballero
y soldado hijo de tal padre, sirviendo con mucha prontitud en todas las
ocasiones que se le ofrecieron, y, después que los indios le mataron los
caballos, anduvo siempre a pie sin querer aceptar del general, ni de otro
personaje alguno, caballo prestado ni dado ni otro ningún regalo ni favor,
aunque se viese herido y en mucha necesidad, por parecerle que todos los regalos
que le hacían y ofrecían no llegaban a recompensar los servicios y beneficios
por su padre hechos en común y particular a todo el ejército, de que el gobernador
andaba congojado y deseoso de agradar y regalar a este caballero, mas su ánimo
era tan extraño y esquivo que nunca jamás quiso recibir nada de nadie.
EPÍLOGO
El contador Juan de Añasco y el tesorero Juan Gaytán y
los capitanes Baltasar de Gallegos y Alonso Romo de Cardeñosa y Arias Tinoco y
Pedro Calderón y otros de menos cuenta se volvieron a España, eligiendo por
mejor venir pobres a ella que no quedar en las Indias, por el odio que les
habían cobrado, así por el trabajo que en ellas habían pasado como por lo que
de sus haciendas habían perdido, habiendo sido los más de ellos causa que lo
uno y lo otro se perdiese sin provecho alguno. Gómez Suárez de Figueroa se
volvió a la casa y hacienda de Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda, su
padre.
MORALEJA
Concluidas en
brevísimo tiempo las cosas que hemos dicho, se embarcó Vasco Porcallo y llevó
consigo todos los españoles e indios y negros que para su servicio había
traído, dejando nota en todo el ejército, no de cobardía, porque no cabía en su
ánimo, sino de inconstancia de él; como en la isla de Cuba, cuando se ofreció
para la conquista, la había dejado de ambición demasiada, por desamparar su
casa, hacienda y regalo, por cosas nuevas, sin necesidad de ellas.
En casos graves,
siempre las determinaciones no consultadas con la prudencia y consejo de los
amigos suelen causar arrebatados y aun desesperados arrepentimientos, con mal y
daño y mucha infamia del que así las ejecuta, que, si este caballero mirara
antes de salir de su casa lo que miró después para volverse a ella, no fuera
notado de lo que lo fue ni inquietara su persona para menoscabo y pérdida de su
reputación y gasto de su hacienda, pudiendo haberla empleado en la misma
jornada con más prudencia y mejor consejo para más loa y honra suya.
Mas, ¿quién
domará una bestia fiera ni aconsejará a los libres y poderosos, confiados de sí
mismos y persuadidos que conforme a los bienes de fortuna tienen los del ánimo
y que la misma ventaja que hacen a los demás hombres en la hacienda que ellos
no ganaron, esa misma les hacen en la discreción y sabiduría que no
aprendieron? Por lo cual, ni piden consejo, ni lo quieren recibir, ni pueden
ver a los que son para dárselo.
Garcilaso, El Inca: La Florida.
Introducción y notas de Carmen de Mora. Alianza Universidad. Madrid, 1987. (Ver
págs. 134, 146 y 176)
NOTA
Este cuento está armado extrayendo y juntando textos
separados cronológicamente en La Florida,
del Inca Garcilaso de la Vega.
La historia refleja una actitud común entre los
viejos conquistadores: volver a descubrir, luchar, conquistar y enriquecerse,
abandonando lo ya obtenido en sus anteriores recorridos a sangre y fuego.
Sin duda, Porcallo es un ejemplo menor si se le
compara con el jefe de estos nuevos aspirantes a descubrir imperios tan ricos y
poderosos como el azteca y el inca.
Hernando de Soto ya era rico, admirado y elogiado en
la corte española. Nada nuevo le podría dar lanzarse a conquistar Florida, ya
en esos años infectada de fantasías.
Es muy probable que a Hernando de Soto le resultara
de poco valor haber actuado en la conquista del Imperio del Perú en un puesto
destacado, pero secundario comparado con el de Francisco Pizarro.
Recibió una buena parte en el reparto del oro dado
por Atahualpa para salvar su vida, y en posesión de este oro, Soto abandonó las
huestes de Pizarro para hallar una vida más cómoda, más deslumbrante, más
satisfactoria en la corte española, donde se casó con una dama de linaje que lo
acompañará hasta Cuba, a donde él viaja como gobernador, y al que ella guardará
las espaldas asumiendo el cargo más alto toda la isla mientras dura la nueva
aventura de su esposo.
Pero Soto, a diferencia de Porcallo, no abandona su
camino y continúa en pos de la riqueza, la gloria y la fama que supone
encontrará en Florida.
Las fatigas, el hambre, las desilusiones, los
combates, no restan un ápice a su proyecto descubridor y conquistador. Él
deberá ir hasta el final, hasta que la muerte lo alcance y derrote a través de
unas fiebres y no en combate.
Porcallo abandona sus bienes y sus riquezas por
nostalgia, por el recuerdo de sus correrías por Nueva España y México. Va
equipado con todo lo que su dinero puede agregar a sus bienes para equiparlo de
la mejor manera posible. El primer combate lo llena de satisfacción por ser él
quien los inaugure y obtenga la primera victoria frente a los indígenas. Pero
acto seguido, su primer chasco, su primer ridículo (iba tan cargado de armas y
armaduras que no po-día salir de la ciénaga en la que había caído con su
caballo) se sabe viejo, sin los reflejos y los ánimos de sus distantes
combates.
Al llegar al campamento, embarrado de pies a cabeza,
va donde Soto y le presenta su renuncia a continuar el viaje. Soto la acepta, y
Porcallo reparte sus bienes, sus caballos y sus armas, dándole a su hijo
ilegitimo lo que más podía servir para protegerlo en los combates y en las
caminatas. Y así, el viejo guerrero regresa a sus lares cubanos, llevando
consigo a los españoles, indios y negros que llevó consigo.
Pero esta historia, por su mismo reparto temporal,
es un cuento de la vida de Porcallo, y así, como en este caso, la vida de todo
ser humano está compuesta de cuentos que se desarrollan con un inicio, un medio
y un final, y que, ademas, son fácil de distinguir y extraerlos de la historia
total, de esa novela que es la vida humana.
Lo más probable es que estos cuentos tengan un
mínimo dramatismo o muy escaso interés, pero en ese caso, todos esos
fragmentos, todas esas historias opacas, esos cuentos perdidos en el desarrollo
de la vida humana, pasen lentamente a formar una novela llena de capítulos que
sólo concluyen con la muerte del principal protagonista. Y la moraleja… bueno,
la moraleja siempre será fácil redactarla.
[1] Vasco Porcallo,
llegó a América con Pedrarias (1515) y a los pocos meses pasó a Cuba donde
ayudó a fundar ciudades. Estuvo con Cortés en la conquista de México, participando
en todas las batallas. Se dice que Velázquez pensó en él para dirigir la
expedición que luego comandaría Cortés, pero la descartó por conceptuarlo como
persona atrevida que se alzaría con la empresa.
Su firma aparece en la carta de los soldados al Emperador (1520) en
apoyo a Cortés y contra Velázquez. Se dice que viajó a España con Cortés (1528)
y que tuvo problemas con la justicia de Nueva España por haber matado a un
hombre.
[2] El Fidalgo de Elvas atribuye la
renuncia de Porcallo a la expedición de Soto a que su interés era “mandar
esclavos de la Florida para la isla de Cuba, donde tenía su hacienda y sus
minas… y viendo que no se podían tomar indios a causa de las espesas matas y
grandes fangales… determinó tornarse para Cuba”. Y aún agrega otra personal:
que entre Porcallo y Soto había alguna diferencia pues “no se trataban ni
conversaban de buen gesto”.
Oviedo
dice que al regresar Porcallo de esa salida, “tuvo algunos desabrimiento con el
gobernador (que en esta relación se callan), que el historiador no pudo acabar,
por quien le informó, que le dijese, por algunos respetos. Y se tomó por buen
medio que Vasco Porcallo se volviese a Cuba a mirar por las cosas de la
gobernación de allí y proveer al gobernador y su ejército, cuando fuese
necesario, de lo que hubiese menester. De la ida de este caballero peso a
muchos, porque era amigo de buenos y hacía mucho por ellos”.
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