SE COMIERON A LOS CRISTIANOS
Américo Vespucio
Plugo a
Dios mostrarnos nueva tierra, y fue el día 17 de agosto (de 1501). Surgimos a
media legua, botamos nuestros bateles y fuimos a ver si la tierra estaba
habitada por gentes y qué tal eran. La encontramos habitada por gentes que eran
peores que animales; sin embargo, V.M. entenderá que al principio no vimos gente,
pero bien conocimos que estaba poblada, por las muchas señales que en ella
vimos. Tomamos posesión de ella por este serenísimo Rey, y encontramos que la
tierra era muy amena y verde y de buena apariencia; estaba cinco grados fuera
de la línea equinoccial hacia el austro.
Por este día volvimos a las naves; y porque teníamos gran necesidad
de agua y de leña acordamos tornar a tierra al día siguiente para proveernos de
lo necesario; y estando en tierra, vimos unas gentes en la cumbre de un monte
que nos estaban mirando y no se atrevían a descender.
Estaban desnudas y eran del mismo color y apariencia de las
anteriores; y aunque estuvimos tratando de que vinieran a hablar con nosotros,
jamás pudimos atraerlos, que no se fiaban de nosotros; y vista su obstinación y
que ya era tarde, volvimos a las naves dejándoles en tierra a su alcance,
muchos cascabeles, espejos y otras cosas. Y cuando nos alejamos en el mar,
bajaron del monte y vinieron por las cosas que les habíamos dejado, de las
cuales se admiraron mucho; y por este día no nos proveímos sino de agua.
A la mañana siguiente vimos desde las naves que las gentes
de tierra hacían muchas humaredas, y pensando que nos llamaban, fuimos a
tierra, donde encontramos que había venido gran multitud; y todavía estaban
lejos de nosotros, y nos hacían señas de que fuésemos con ella tierra adentro.
Dos de los nuestros cristianos fueron a pedir al capitán que
diese su licencia, pues deseaban arriesgarse a ir a tierra dentro con ellos
para ver qué gentes eran, y si tenían alguna riqueza, o especiería, o
droguería. Tanto suplicaron que el capitán estuvo conforme; y se prepararon con
muchos objetos de rescate, separándose de nosotros con orden de que no tardasen
más de cinco días en regresar, porque eso los esperaríamos; y tomaron su camino
por tierra, y nosotros hacia las naves a esperarlos.
Casi todos los días venían gentes a la playa, pero nunca nos
quisieron hablar. El séptimo día fuimos a tierra y encontramos que habían
traído con ellos a sus mujeres, y así como saltamos a tierra, los hombres de la
tierra mandaron a muchas de sus mujeres a hablar con nosotros; y viendo que no
tenían confianza, acordamos mandarles a uno de nuestros hombres, que era un
joven muy esforzado, y nosotros para ampararlo entramos en los bateles y él se
fue hacia las mujeres. Cuando se llegó junto a ellas le hicieron un gran
círculo alrededor, y tocándolo y mirándolo, se maravillaban.
Y estando en esto vimos venir una mujer del monte que llevaba
un gran palo en la mano; y cuando llegó donde estaba nuestro cristiano, se le
acercó por detrás y, alzando el garrote, le dio tan gran golpe que lo tendió
muerto en tierra. En un instante las otras mujeres lo cogieron por los pies, y
lo arrastraron así hacia el monte; los hombres corrieron hacia la playa con sus
arcos y sus flechas a asaetarnos, e infundieron tanto miedo a la gente nuestra
que estaba en tierra, surta con los bateles sobre las anclas, que ninguno
acertaba a tomar las armas.
Sin embargo, les disparamos cuatro tiros de lombarda que no
acertaron, salvo que oído el estampido todos huyeron hacia el monte, donde ya
estaban las mujeres despedazando al cristiano, y en un gran fuego que habían
hecho, lo estaban asando a nuestra vista, mostrándonos muchos pedazos y
comiéndoselos.
Los hombres nos hacían señas con sus gestos, de cómo habían
muerto a los otros dos cristianos y se los habían comido; lo que nos pesó
mucho, viendo con nuestros ojos la crueldad que tenían para con el muerto, cosa
que fue para todos una injuria intolerable; y teniendo el propósito, más de
cuarenta de nosotros de saltar a tierra y vengar muerte tan cruel y acto
bestial e inhumano, el capitán mayor no quiso consentirlo, y se quedaron ufanos
de tanta afrenta.
Nos alejamos de ellos de mala gana, y con mucha vergüenza a
causa de nuestro capitán.
Vespucio,
Américo: “La lettera” (“Carta de Américo Vespucio”), en El Nuevo Mundo…, Estudio preliminar de Roberto Levillier. Editorial Nova.
Buenos Aires, 1951. Pág. 251.
NOTA
¿Esta historia fue vivida realmente por Vespucio? ¿Realizó
los cuatro viajes que reseñan sus cartas? Como en casi todo: se acepta o se
rechaza. La trascendencia de la respuesta radica en que la aceptación casi justifica que el Nuevo Mundo descubierto para Europa haya recibido su
nombre y no el apellido de Colón al bautizarse.
En los años de estas ediciones, Vespucio vivía en
España, y aunque se dice que la edición de las cartas y el mapamundi no circuló
por España, Portugal y Florencia, alguna noticia debe haber recibido, aunque no
se tenga noticia de algún comentario suyo al respecto.
En 1508, con precipitación –dice Arciniegas–, recae
en Vespucio el cargo recién improvisado de Piloto Mayor de España, obligando a
todos los pilotos, presentes o futuros, a recibir instrucción sobre el manejo
del astrolabio y el cuadrante, y tener como comprobación de sus conocimientos,
una carta firmada por Vespucio después de enseñarles las técnicas y de
examinarlos y aprobarlos.
El punto agrio de la discusión –pruebas van y pruebas vienen– radica, en los oponentes, en recalcar
los numerosos errores contenidos en las cartas de Vespucio y, también, la
imposibilidad de hallar documentos definitivos que respalden la veracidad de
sus viajes; y en los partidarios, de llamar América al Nuevo Mundo, en señalar
que el florentino fue el primero en darse cuenta de que lo encontrado por Colón
no era parte de Asia, sino un nuevo continente ignorado por los europeos hasta
1493; además, agregan, mientras Colón en sus dos primeros viajes sólo dio vueltas
en torno a las islas del Caribe, Vespucio llegó al continente americano varios
meses antes del tercer viaje colombino cuando, por vez primera, llega el
almirante al borde continental de América del Sur, sin reconocer –nunca lo
haría– que esas tierras no pertenecían a Asia.
La historia, los historiadores que han trabajado el
tema del descubrimiento de América y los viajes de Colón y de Vespucio, se
hayan irreconciliablemente divididos. Pero si elementos temporales y
geográficos han sido los argumentos fundamentales de la discusión, desde hace
poco está interviniendo un nuevo factor: el literario. La frase de Todorov muy
bien puede dar la esencia del nuevo aporte: “Colón escribe documentos; Américo,
literatura.” En uno hay la voluntad de
atraer al lector, de encantarlo con técnicas precisas, y de combinar los
elementos propios del Nuevo Mundo en la mezcla más atinada para captar su
atención; en el otro hay la prosa fría de un informe oficial. Uno ofrece resultados
prácticos (oro, especies, esclavos), el otro es incapaz de preocuparse por algo
tan material e intrascendente para la cultura europea: él mira las estrellas,
las corrientes marítimas, las coordenadas geográficas. Colón es el Medioevo,
Vespucio ya es un hombre renacentista.
Recuérdese cualquier descripción de indígenas en la síntesis
del Diario del primer viaje de Colón,
y compárese la pintoresca, exótica, asombrosa, sorprendente de Vespucio
sobre el mismo tema:
"En aquellos países hemos encontrado tal multitud de
gentes, que nadie podría enumerar, como se lee en el Apocalipsis. Todos de uno
y otro sexo van desnudos, no se cubren ninguna parte del cuerpo y así como han
salido del vientre de la madre, así hasta la muerte van.
Tienen cuerpos grandes, bien plantados y proporcionados, tirando
al rojo, lo cual pienso les acontece porque andando desnudos son teñidos por el
sol. Tienen los cabellos abundantes y negros, son ágiles en el andar y en los
juegos, de una franca y hermosa cara que ellos mismos destruyen. Pues se
perforan las narices, los labios y las orejas. He visto muchos que tienen en la
cara siete perforaciones, cada una de las cuales tenia el tamaño de una
ciruela. Y cierran ellos estas perforaciones con piedras cerúleas, marmóreas y
de alabastro.
Otra costumbre hay entre ellos muy atroz y fuera de toda credulidad
humana, pues siendo sus mujeres lujuriosas hacen hinchar los miembros de sus
maridos de tal manera que parecen deformes y brutales. Y eso con un cierto
artificio suyo y la mordedura de ciertos animales venenosos, y por causa de
ellos muchos lo pierden y quedan eunucos.
Aun estuve veintisiete días en una cierta ciudad donde ví en
las casas la carne humana salada y colgada de las vigas, como entre nosotros se
usa ensartar el tocino y la carne de cerdo. Digo mucho más, que ellos se
maravillan porque nosotros no matamos a nuestros enemigos y no usamos su carne
en las comidas, la cual dicen que es sabrosísima. Sus armas son el arco y la
flecha. Cuando se enfrentan en batalla no se cubren ninguna parte del cuerpo,
de modo que aun en esto son semejantes a las bestias."
Es probable que fragmento más difundido en antologías sea el
referido al encuentro de Vespucio con los gigantes. Es un cuento jalado de los
pelos y muchos historiadores opinan que ese ficticio encuentro desvaloriza la
validez de sus viajes.
El cuento que aquí se ha incluido es muy probable que también
nazca de alguna deformación o una voluntad de volver mas terrible un hecho de
menos contundencia. Sin embargo, la historia es, en este tema, la más próxima
al espíritu de las cartas conocidas de Vespucio.
Vespucio,
Américo: El Nuevo Mundo…, Estudio preliminar de Roberto
Levillier. Editorial Nova. Buenos Aires, 1951..
*Además de las dos
cartas publicadas en vida de Vespucio, se han encontrado cuatro más tratando el
mismo tema, pero sin alcanzar el significado de las dos publicadas a principios
del siglo XVI.
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