sábado, 11 de mayo de 2013


 

SE COMIERON A LOS CRISTIANOS

                                                                                                                                   Américo Vespucio

Plugo a Dios mostrarnos nueva tierra, y fue el día 17 de agosto (de 1501). Surgimos a media legua, botamos nuestros bateles y fuimos a ver si la tierra estaba habitada por gentes y qué tal eran. La encontramos habitada por gentes que eran peores que animales; sin embargo, V.M. entenderá que al principio no vimos gente, pero bien conocimos que estaba poblada, por las muchas señales que en ella vimos. Tomamos posesión de ella por este serenísimo Rey, y encontramos que la tierra era muy amena y verde y de buena apariencia; estaba cinco grados fuera de la línea equinoccial hacia el austro.

Por este día volvimos a las naves; y porque teníamos gran necesidad de agua y de leña acordamos tornar a tierra al día siguiente para proveernos de lo necesario; y estando en tierra, vimos unas gentes en la cumbre de un monte que nos estaban mirando y no se atrevían a descender.

Estaban desnudas y eran del mismo color y apariencia de las anteriores; y aunque estuvimos tratando de que vinieran a hablar con nosotros, jamás pudimos atraerlos, que no se fiaban de nosotros; y vista su obstinación y que ya era tarde, volvimos a las naves dejándoles en tierra a su alcance, muchos cascabeles, espejos y otras cosas. Y cuando nos alejamos en el mar, bajaron del monte y vinieron por las cosas que les habíamos dejado, de las cuales se admiraron mucho; y por este día no nos proveímos sino de agua.

A la mañana siguiente vimos desde las naves que las gentes de tierra hacían muchas humaredas, y pensando que nos llamaban, fuimos a tierra, donde encontramos que había venido gran multitud; y todavía estaban lejos de nosotros, y nos hacían señas de que fuésemos con ella tierra adentro.

Dos de los nuestros cristianos fueron a pedir al capitán que diese su licencia, pues deseaban arriesgarse a ir a tierra dentro con ellos para ver qué gentes eran, y si tenían alguna riqueza, o especiería, o droguería. Tanto suplicaron que el capitán estuvo conforme; y se prepararon con muchos objetos de rescate, separándose de nosotros con orden de que no tardasen más de cinco días en regresar, porque eso los esperaríamos; y tomaron su camino por tierra, y nosotros hacia las naves a esperarlos.

Casi todos los días venían gentes a la playa, pero nunca nos quisieron hablar. El séptimo día fuimos a tierra y encontramos que habían traído con ellos a sus mujeres, y así como saltamos a tierra, los hombres de la tierra mandaron a muchas de sus mujeres a hablar con nosotros; y viendo que no tenían confianza, acordamos mandarles a uno de nuestros hombres, que era un joven muy esforzado, y nosotros para ampararlo entramos en los bateles y él se fue hacia las mujeres. Cuando se llegó junto a ellas le hicieron un gran círculo alrededor, y tocándolo y mirándolo, se maravillaban.

Y estando en esto vimos venir una mujer del monte que llevaba un gran palo en la mano; y cuando llegó donde estaba nuestro cristiano, se le acercó por detrás y, alzando el garrote, le dio tan gran golpe que lo tendió muerto en tierra. En un instante las otras mujeres lo cogieron por los pies, y lo arrastraron así hacia el monte; los hombres corrieron hacia la playa con sus arcos y sus flechas a asaetarnos, e infundieron tanto miedo a la gente nuestra que estaba en tierra, surta con los bateles sobre las anclas, que ninguno acertaba a tomar las armas.

Sin embargo, les disparamos cuatro tiros de lombarda que no acertaron, salvo que oído el estampido todos huyeron hacia el monte, donde ya estaban las mujeres despedazando al cristiano, y en un gran fuego que habían hecho, lo estaban asando a nuestra vista, mostrándonos muchos pedazos y comiéndoselos.

Los hombres nos hacían señas con sus gestos, de cómo habían muerto a los otros dos cristianos y se los habían comido; lo que nos pesó mucho, viendo con nuestros ojos la crueldad que tenían para con el muerto, cosa que fue para todos una injuria intolerable; y teniendo el propósito, más de cuarenta de nosotros de saltar a tierra y vengar muerte tan cruel y acto bestial e inhumano, el capitán mayor no quiso consentirlo, y se quedaron ufanos de tanta afrenta.

Nos alejamos de ellos de mala gana, y con mucha vergüenza a causa de nuestro capitán.

Vespucio, Américo: “La lettera” (“Carta de Américo Vespucio”), en El Nuevo Mundo…, Estudio preliminar de Roberto Levillier. Editorial Nova. Buenos Aires, 1951. Pág. 251.

NOTA
¿Esta historia fue vivida realmente por Vespucio? ¿Realizó los cuatro viajes que reseñan sus cartas? Como en casi todo: se acepta o se rechaza. La trascendencia de la respuesta radica en que la aceptación casi justifica que el Nuevo Mundo descubierto para Europa haya recibido su nombre y no el apellido de Colón al bautizarse.

Esta disyuntiva se viene planteando y discutiendo desde poco después de la muerte de Colón (1506). La polémica se apoya en la amplia difusión de dos cartas de Vespucio, publicadas en 1503 o 1504, y 1505 o 1506, conocidas, como Mundus Novus y Lettera, respectivamente. El respaldo y el bautizo del continente parte del Mapamundi de Waldseemüller, dado a conocer en 1507, en el que por primera vez se daba el nombre de América a las nuevas tierras descubiertas por Colón, y donde, también, se agregaba el ya difundido texto de los cuatro viajes de Vespucio*.

En los años de estas ediciones, Vespucio vivía en España, y aunque se dice que la edición de las cartas y el mapamundi no circuló por España, Portugal y Florencia, alguna noticia debe haber recibido, aunque no se tenga noticia de algún comentario suyo al respecto.

En 1508, con precipitación –dice Arciniegas–, recae en Vespucio el cargo recién improvisado de Piloto Mayor de España, obligando a todos los pilotos, presentes o futuros, a recibir instrucción sobre el manejo del astrolabio y el cuadrante, y tener como comprobación de sus conocimientos, una carta firmada por Vespucio después de enseñarles las técnicas y de examinarlos y aprobarlos.

El punto agrio de la discusión –pruebas van y pruebas  vienen– radica, en los oponentes, en recalcar los numerosos errores contenidos en las cartas de Vespucio y, también, la imposibilidad de hallar documentos definitivos que respalden la veracidad de sus viajes; y en los partidarios, de llamar América al Nuevo Mundo, en señalar que el florentino fue el primero en darse cuenta de que lo encontrado por Colón no era parte de Asia, sino un nuevo continente ignorado por los europeos hasta 1493; además, agregan, mientras Colón en sus dos primeros viajes sólo dio vueltas en torno a las islas del Caribe, Vespucio llegó al continente americano varios meses antes del tercer viaje colombino cuando, por vez primera, llega el almirante al borde continental de América del Sur, sin reconocer –nunca lo haría– que esas tierras no pertenecían a Asia.

La historia, los historiadores que han trabajado el tema del descubrimiento de América y los viajes de Colón y de Vespucio, se hayan irreconciliablemente divididos. Pero si elementos temporales y geográficos han sido los argumentos fundamentales de la discusión, desde hace poco está interviniendo un nuevo factor: el literario. La frase de Todorov muy bien puede dar la esencia del nuevo aporte: “Colón escribe documentos; Américo, literatura.”  En uno hay la voluntad de atraer al lector, de encantarlo con técnicas precisas, y de combinar los elementos propios del Nuevo Mundo en la mezcla más atinada para captar su atención; en el otro hay la prosa fría de un informe oficial. Uno ofrece resultados prácticos (oro, especies, esclavos), el otro es incapaz de preocuparse por algo tan material e intrascendente para la cultura europea: él mira las estrellas, las corrientes marítimas, las coordenadas geográficas. Colón es el Medioevo, Vespucio ya es un hombre renacentista.

Recuérdese cualquier descripción de indígenas en la síntesis del Diario del primer viaje de Colón,  y compárese la pintoresca, exótica, asombrosa, sorprendente de Vespucio sobre el mismo tema:
 
"En aquellos países hemos encontrado tal multitud de gentes, que nadie podría enumerar, como se lee en el Apocalipsis. Todos de uno y otro sexo van desnudos, no se cubren ninguna parte del cuerpo y así como han salido del vientre de la madre, así hasta la muerte van.

Tienen cuerpos grandes, bien plantados y proporcionados, tirando al rojo, lo cual pienso les acontece porque andando desnudos son teñidos por el sol. Tienen los cabellos abundantes y negros, son ágiles en el andar y en los juegos, de una franca y hermosa cara que ellos mismos destruyen. Pues se perforan las narices, los labios y las orejas. He visto muchos que tienen en la cara siete perforaciones, cada una de las cuales tenia el tamaño de una ciruela. Y cierran ellos estas perforaciones con piedras cerúleas, marmóreas y de alabastro.

Otra costumbre hay entre ellos muy atroz y fuera de toda credulidad humana, pues siendo sus mujeres lujuriosas hacen hinchar los miembros de sus maridos de tal manera que parecen deformes y brutales. Y eso con un cierto artificio suyo y la mordedura de ciertos animales venenosos, y por causa de ellos muchos lo pierden y quedan eunucos.

Aun estuve veintisiete días en una cierta ciudad donde ví en las casas la carne humana salada y colgada de las vigas, como entre nosotros se usa ensartar el tocino y la carne de cerdo. Digo mucho más, que ellos se maravillan porque nosotros no matamos a nuestros enemigos y no usamos su carne en las comidas, la cual dicen que es sabrosísima. Sus armas son el arco y la flecha. Cuando se enfrentan en batalla no se cubren ninguna parte del cuerpo, de modo que aun en esto son semejantes a las bestias."

Es probable que fragmento más difundido en antologías sea el referido al encuentro de Vespucio con los gigantes. Es un cuento jalado de los pelos y muchos historiadores opinan que ese ficticio encuentro desvaloriza la validez de sus viajes.

El cuento que aquí se ha incluido es muy probable que también nazca de alguna deformación o una voluntad de volver mas terrible un hecho de menos contundencia. Sin embargo, la historia es, en este tema, la más próxima al espíritu de las cartas conocidas de Vespucio.  

Vespucio, Américo: El Nuevo Mundo…, Estudio preliminar de Roberto Levillier. Editorial Nova. Buenos Aires, 1951..

*Además de las dos cartas publicadas en vida de Vespucio, se han encontrado cuatro más tratando el mismo tema, pero sin alcanzar el significado de las dos publicadas a principios del siglo XVI.

 

 

 

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