sábado, 11 de mayo de 2013





El  DUENDE PARLERO

                                                                       Pedro Sánchez de Aguilar

 Tampoco vendrá fuera de propósito traer a la memoria cuan perseguida, alborotada y escandalizada estuvo la villa de Valladolid, mi patria, los años de 1560, según mi cuenta, con un demonio parlero o duende (caso estupendo, e inaudito), que hablaba y tenía platica de conversación con cuantos querían hablarle a las ocho o diez de la noche a candiles apagados, y sin luces.

El duende hablaba al modo y voz de un papagayo, y respondía a cuanto le pedía un hidalgo conquistador, llamado Juan López de Mena natural de Logroño, y otro conquistador, llamado Martín Ruiz de Arce de las montañas de Burgos, en cuyas casas este duende hablaba y conversaba más que en otras, los cuales le mandaban tocar una vihuela, y la tocaba diestramente, y sonaba castañetas, y bailaba tocándole otro, él se regocijaba y reía, (pero no le vieron, ni se dejó ver.).

 Y preguntándole donde había estados dos o tres noches que no había venido a conversación, decía que había estado en esta ciudad en casa de un conquistador llamado Lucas de Paredes, yerno de un hidalgo vecino de la dicha villa, llamado Álvaro Osorio, natural de Salamanca, conquistador asimismo, porque decía que era su aficionado, y daba razón de su salud y sucesos.

II.- CASO DE ADMIRACIÓN

 Otras veces hablaba mal de algunas doncellas y (de) una levantó un falso testimonio diciendo que su padras- tro la trató mal injustamente, pero a un demonio no se debe dar crédito, que es padre de mentiras, testimoñero, y cizañador.
Preguntándole quién era, y de dónde afirmaba que era, decía ser cristiano, y de Castilla la vieja, y rezaba el Pater noster, y otras oraciones. 

A los principios no hacía daño alguno, ni fue perjudicial en estas dos casas donde hablaba, aunque en otras lo era, y tiraba piedras, sin hacer daño con ellas, y hacía ruido en las azoteas y zaquizamíes, con lo que espantaba a los que no le habían oído hablar.

Y muchas veces tiraba huevos a las mujeres y doncellas. Y enfadada una tía mía, e dijo una vez: “Vete demonio de esta casa”, el duende la dio una bofetada, dejándole el rostro más colorado que una grana.

III.- QUIERE EL CURA CONJURAR A ESTE DUENDE, Y LE HACE UNA BURLA

En otras casas hacía ruido, y no más, y luego iba a las dos en la que él más cursaba, y haciendo ruido y silbos como una chicharra, ser reía y contaba lo que le había pasado en las otras casas, y los asombros y espantos que había hecho.

Sucedió que el cura de aquella villa, llamado Tomás de Lersundi, lo quiso conjurar, para lo cual llevó el ritual, el manual y el hisopo debajo la capa. Disfrazado una noche fue a una de las dos casas donde hablaba, y lo esperó a que hablase, y, aunque lo llamaron no vino, ni habló.

E ido el cura, hizo el ruido que solía, riéndose muchísimo, y vuelto el cura a su casa, donde había dejado la mesa puesta para cenar, y una fuente de buñuelos y una limeta de buen vino, cerrada la casa, halló en la fuente mucho estiércol de su mula, y la limeta llena de orines añejos, al punto que el cura salió del conjuro que iba a hacer, riéndose mucho, dijo el duende, “el cura me quería coger, pues no me cogerá, y allá vera en su mesa con quien se burla”.

 IV.- CASO RIDÍCULO DEL DUENDE

Y rogándole que dijese lo que pasaba, dijo la burla dicha, y por la mañana lo contó el cura a todo el pueblo.

También hacía un alacrán de cera, o una sabandija, y la pegaba a la pared para asombrar a algunos.

Sucedió que el conquistador Iván López de Mesa estando en esta ciudad preso, le habló el duende al oído una noche, y le dijo estas palabras: “Amigo, tu mujer te ha parido un braguilote”, y a la mañana López de Mesa lo contó a todos los presos. Y de allí, a pocos días, le vino carta, en que le avisaban haber parido su mujer un hijo y esta ciudad esta a treinta y cuatro leguas de Valladolid.

Y sabiendo el señor Obispo los falsos testimonios que decía el duende y los denuestos con que infamaba a algunos, mandó con graves censuras, que ninguno le hablase ni respondiese.

Y cumpliendo con estas descomuniones, los vecinos dejaron de hablarle, y responderle: por lo cual le dio a este demonio o duende por llorar, y quejarse del Obispo, y ya no hacer mayores ruidos, golpes y estruendos en las azoteas y terrados, con lo que asombraba y quitaba el sueño. 

Después de esto, le dio por quemar las casas, que entonces, eran las más de paja y de unas palmas que llaman Guano. Por lo cual los vecinos acudieron al favor divino y se juntaron en la Iglesia, y pidieron al cura echase suerte por un santo abogado, y prometieron de celebrar su fiesta con procesión al Convento de S. Francisco. Y les cupo en suerte el bienaventurado san Clemente Papa, y mártir, que es el 23 de Noviembre; y en este día voy trasladando este informe para imprimirlo, siendo Dios servido, y en su nombre acuso a mis compatriotas en el descuido que vi en ir a la procesión, dejando solo al Cura, siendo el voto de la villa en común, y de sus padres, y abuelos. En el retablo de la Iglesia está este Santo con un demonio atado.

Calló el duende por más de treinta o cuarenta años, hasta los años de 1596, que siendo yo cura en la dicha villa, volvió este demonio a infestar algunos pueblos de mis anexos, quemando las casas de los pobres Indios, y en particular en el pueblo de Yalcoba, de donde fui llamado por los Indios devotos para que lo conjurase y desterrase de aquel pueblo, donde a medio día puntualmente, o a la una de la tarde entraba en un remolino de viento, levantando gran polvareda, y con un ruido como de huracán y piedra, paseaba todo el pueblo o la mayor parte de él, Y aunque los Indios se prevenían luego en apagar aprisa el fuego de sus cenizas, no aprovechaba; porque de las llamas con que este demonio es atormentado, despe-día centellas visibles, que como unas cometas nocturnas y estrellas errátiles, pegaba fuego a dos o tres casas en un instante, y de ellas se abrasaba la que no tenía gente bastante para apagar el fuego con baldes de agua y mantas mojadas, con lo que tenía  a los miserables Indios asombrados, y temerosos, y se salían a dormir a la sombra, y abrigo de sus árboles frutales, altos y coposos.

Y habiendo yo llegado a este pueblo, y comunicado con los Indios la Misa cantada y solemne que pedían, la misma noche por su despedida quemó una casa bien grande.

Y habiendo otro día dicho Misa cantada a la intercesión del Arcángel San Miguel, abogado de estos Indios, hice mi oficio de cura, y en la puerta que cae al Sur conjuré a este demonio, y con la Fe, y se lo que Dios me dio, le mandé que no entrase más en aquel pueblo.

Con lo cual volvió este demonio a infestar y perseguir la dicha villa de Valladolid con nuevos incendios en las casa de los pobres vecinos, que no eran de teja: y poniendo cruces en todos los caballetes, cesó este daño por algunos años, aunque todos lo atribuían a los muchos hechiceros, encantadores, y idólatras de estos tiempos, lo cual no deja de tener fundamento y sospecha verisímil. Y yo tuve preso a un natural del pueblo de Tecoc ,gran idólatra, encantador, que encantaba y cogía con la mano una víbora o culebra de cascabel con ciertas palabras de la gentilidad, hasta decir que con ellas invoca al demonio y príncipe de las tinieblas y cavernas, y las escribí por curiosidad y que no son dignas de papel y tinta (ne forté).

Sánchez de Aguilar, Pedro: Informe contra los adoradores de ídolos del obispado de Yucatán. Linkgua. Barcelona, 2007. Ver págs. 99 a 102.

  NOTA
La nación Maya es una de las más enigmáticas culturas de América. Hasta hoy se ha descifrado una mínima parte de su historia, de sus costumbres, de sus creencias y su religión. Quedan testimonios de que en el siglo XVI, en 1562, un sacerdote franciscano, Diego de Landa, quemó decenas de relaciones mayas llenas de jeroglíficos y dibujos. El mismo Landa lo dice: “Les hallamos gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena.”

Los religiosos que trabajaron en la zona maya durante el siglo XVI, se entusiasmaban con la cantidad de indígenas que aceptaban la religión católica, y se desconcertaban al descubrir que los mayas no tenían el menor problema en aumentar sus prácticas religiosas agregando un nuevo dios a sus altares y a sus ceremonias.

En el libro Informe contra los adoradores de ídolos, el sacerdote yucateco Pedro Sánchez de Aguilar reacciona frente a dos problemas: el primero es el resurgimiento de la idolatría en el país maya –más que resurgimiento, es de la no extinción de esa religión de lo que se trata; el segundo es demostrar la razón positiva que le lleva a contestar afirmativamente la pregunta que recorre todo el libro: “¿Puede el Obispo de Yucatán, aprehender, encarcelar y azotar, sin el auxilio del brazo secular, a los indios de esta Provincia, que adoran a los ídolos?”.

La defensa de esta autonomía religiosa –razón de ser del libro-, tiene en sus páginas previas a la conclusiones finales, lo que llama “traer a la memoria” para “saborear” la historia de la Virgen que sudó en Aragón, para de ahí pasar a la Virgen de Mérida y a la Virgen de la parroquia de Santa Ana, que también sudaron en Yucatán, y lo que al principio lo atribuyó al nuevo barniz que le pusieron en México, al leer “el milagro de Aragón” también aceptó el carácter sobrenatural, milagroso de los hechos. Acto seguido comenta que en 1607 llovió sangre en Valladolid, tal como atestiguaron el sacerdote Fernando de Recalde y  los indios del pueblo de Tixcacal ante el alcalde de esa villa.

Y así, entre los sudores de las imágenes de la Virgen, y la lluvia de sangre –fenómeno que también se registrará en otros lugares de Nuevo Mundo-  y posteriores referencias a hechiceros, hechiceras y sortilegios, Sánchez de Aguilar incluye, y testimonia su actuación directa en la extinción del famoso duende de Valladolid que tuvo alterado a Yucatán en el siglo XVI y principios del XVI, y cuyos asombrosos hechos se propagaron por todo el mundo de habla española a Nueva España, por el Nuevo Mundo y hasta en España, donde el poeta de origen venezolano y gran amigo de José Zorrilla, xxxxxxx, publicó en 186x la leyenda sobre el duende        

El autor de este Informe contra los adoradores de ídolos nació en Valladolid, Yucatán, en 1555; nieto del conquistador Fernando de Aguilar y hermano de los encomenderos Alonso y Francisco de Aguilar. Tuvo estudios de la gramática maya antes de pasar a estudiar en el Colegio de San Ildefonso y después consiguió el doctorado en la Universidad, de la Ciudad de México.

Al volver a Yucatán tuvo a su cargo diversas parroquias hasta pasar a Mérida donde fue adscrito al sagrario de la Catedral; en 1601 de forma interina se desempeñó como provisor y vicario general de Yucatán; en 1613 fue designado dean de la Catedral e inicio la redacción de su Informe sobre los idolatras mayas; en 1617 viajó a España como procurador de Yucatán, llevando sus escritos, uno de los cuales se perdió: una cartilla de Doctrina Cristiana en lengua de los indios, en la que había trabajado más tiempo que en el informe.

Desanimado de la poca atención prestada a su Informe sobre la idolatría, al que había agregado “un caso estupendo de un duende, o demonio, que infecto mi patria muchos años”, dejó de interesarse por su impresión, la cual se realizó en Madrid veintidós años más tarde, en 1639, cuando ya Sánchez de Aguilar tenía 20 años, desde en 1619, como canónigo de la catedral metropolitana de la ciudad de la Plata, en la provincia de Las Charcas, “la ciudad más cara del mundo”, donde se cree que falleció en 1648.

 

 

 

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