El DUENDE PARLERO
Pedro Sánchez de Aguilar
El
duende hablaba al modo y voz de un papagayo, y respondía a cuanto le pedía un
hidalgo conquistador, llamado Juan López de Mena natural de Logroño, y otro conquistador,
llamado Martín Ruiz de Arce de las montañas de Burgos, en cuyas casas este
duende hablaba y conversaba más que en otras, los cuales le mandaban tocar una
vihuela, y la tocaba diestramente, y sonaba castañetas, y bailaba tocándole
otro, él se regocijaba y reía, (pero no le vieron, ni se dejó ver.).
Y preguntándole donde había estados dos o tres
noches que no había venido a conversación, decía que había estado en esta
ciudad en casa de un conquistador llamado Lucas de Paredes, yerno de un hidalgo
vecino de la dicha villa, llamado Álvaro Osorio, natural de Salamanca, conquistador
asimismo, porque decía que era su aficionado, y daba razón de su salud y
sucesos.
II.- CASO
DE ADMIRACIÓN
Preguntándole
quién era, y de dónde afirmaba que era, decía ser cristiano, y de Castilla la
vieja, y rezaba el Pater noster, y
otras oraciones.
A
los principios no hacía daño alguno, ni fue perjudicial en estas dos casas
donde hablaba, aunque en otras lo era, y tiraba piedras, sin hacer daño con
ellas, y hacía ruido en las azoteas y zaquizamíes, con lo que espantaba a los
que no le habían oído hablar.
Y
muchas veces tiraba huevos a las mujeres y doncellas. Y enfadada una tía mía, e
dijo una vez: “Vete demonio de esta casa”, el duende la dio una bofetada,
dejándole el rostro más colorado que una grana.
III.-
QUIERE EL CURA CONJURAR A ESTE DUENDE, Y LE HACE UNA BURLA
En
otras casas hacía ruido, y no más, y luego iba a las dos en la que él más
cursaba, y haciendo ruido y silbos como una chicharra, ser reía y contaba lo
que le había pasado en las otras casas, y los asombros y espantos que había hecho.
Sucedió
que el cura de aquella villa, llamado Tomás de Lersundi, lo quiso conjurar,
para lo cual llevó el ritual, el manual y el hisopo debajo la capa. Disfrazado
una noche fue a una de las dos casas donde hablaba, y lo esperó a que hablase,
y, aunque lo llamaron no vino, ni habló.
E
ido el cura, hizo el ruido que solía, riéndose muchísimo, y vuelto el cura a su
casa, donde había dejado la mesa puesta para cenar, y una fuente de buñuelos y
una limeta de buen vino, cerrada la casa, halló en la fuente mucho estiércol de
su mula, y la limeta llena de orines añejos, al punto que el cura salió del
conjuro que iba a hacer, riéndose mucho, dijo el duende, “el cura me quería
coger, pues no me cogerá, y allá vera en su mesa con quien se burla”.
Y
rogándole que dijese lo que pasaba, dijo la burla dicha, y por la mañana lo
contó el cura a todo el pueblo.
También
hacía un alacrán de cera, o una sabandija, y la pegaba a la pared para asombrar
a algunos.
Sucedió
que el conquistador Iván López de Mesa estando en esta ciudad preso, le habló
el duende al oído una noche, y le dijo estas palabras: “Amigo, tu mujer te ha
parido un braguilote”, y a la mañana López de Mesa lo contó a todos los presos.
Y de allí, a pocos días, le vino carta, en que le avisaban haber parido su
mujer un hijo y esta ciudad esta a treinta y cuatro leguas de Valladolid.
Y
sabiendo el señor Obispo los falsos testimonios que decía el duende y los
denuestos con que infamaba a algunos, mandó con graves censuras, que ninguno le
hablase ni respondiese.
Y
cumpliendo con estas descomuniones, los vecinos dejaron de hablarle, y
responderle: por lo cual le dio a este demonio o duende por llorar, y quejarse
del Obispo, y ya no hacer mayores ruidos, golpes y estruendos en las azoteas y
terrados, con lo que asombraba y quitaba el sueño.
Después
de esto, le dio por quemar las casas, que entonces, eran las más de paja y de
unas palmas que llaman Guano. Por lo cual los vecinos acudieron al favor divino
y se juntaron en la Iglesia, y pidieron al cura echase suerte por un santo abogado,
y prometieron de celebrar su fiesta con procesión al Convento de S. Francisco.
Y les cupo en suerte el bienaventurado san Clemente Papa, y mártir, que es el
23 de Noviembre; y en este día voy trasladando este informe para imprimirlo,
siendo Dios servido, y en su nombre acuso a mis compatriotas en el descuido que
vi en ir a la procesión, dejando solo al Cura, siendo el voto de la villa en
común, y de sus padres, y abuelos. En el retablo de la Iglesia está este Santo
con un demonio atado.
Calló
el duende por más de treinta o cuarenta años, hasta los años de 1596, que
siendo yo cura en la dicha villa, volvió este demonio a infestar algunos
pueblos de mis anexos, quemando las casas de los pobres Indios, y en particular
en el pueblo de Yalcoba, de donde fui llamado por los Indios devotos para que
lo conjurase y desterrase de aquel pueblo, donde a medio día puntualmente, o a
la una de la tarde entraba en un remolino de viento, levantando gran polvareda,
y con un ruido como de huracán y piedra, paseaba todo el pueblo o la mayor
parte de él, Y aunque los Indios se prevenían luego en apagar aprisa el fuego
de sus cenizas, no aprovechaba; porque de las llamas con que este demonio es
atormentado, despe-día centellas visibles, que como unas cometas nocturnas y estrellas
errátiles, pegaba fuego a dos o tres casas en un instante, y de ellas se abrasaba
la que no tenía gente bastante para apagar el fuego con baldes de agua y mantas
mojadas, con lo que tenía a los
miserables Indios asombrados, y temerosos, y se salían a dormir a la sombra, y
abrigo de sus árboles frutales, altos y coposos.
Y
habiendo yo llegado a este pueblo, y comunicado con los Indios la Misa cantada
y solemne que pedían, la misma noche por su despedida quemó una casa bien
grande.
Y
habiendo otro día dicho Misa cantada a la intercesión del Arcángel San Miguel,
abogado de estos Indios, hice mi oficio de cura, y en la puerta que cae al Sur
conjuré a este demonio, y con la Fe, y se lo que Dios me dio, le mandé que no
entrase más en aquel pueblo.
Con
lo cual volvió este demonio a infestar y perseguir la dicha villa de Valladolid
con nuevos incendios en las casa de los pobres vecinos, que no eran de teja: y
poniendo cruces en todos los caballetes, cesó este daño por algunos años,
aunque todos lo atribuían a los muchos hechiceros, encantadores, y idólatras de
estos tiempos, lo cual no deja de tener fundamento y sospecha verisímil. Y yo
tuve preso a un natural del pueblo de Tecoc ,gran idólatra, encantador, que
encantaba y cogía con la mano una víbora o culebra de cascabel con ciertas
palabras de la gentilidad, hasta decir que con ellas invoca al demonio y
príncipe de las tinieblas y cavernas, y las escribí por curiosidad y que no son
dignas de papel y tinta (ne forté).
Sánchez de Aguilar, Pedro: Informe contra los adoradores de ídolos del
obispado de Yucatán. Linkgua. Barcelona, 2007. Ver págs. 99 a 102.
NOTA
La nación Maya es una de las más
enigmáticas culturas de América. Hasta hoy se ha descifrado una mínima parte de
su historia, de sus costumbres, de sus creencias y su religión. Quedan testimonios
de que en el siglo XVI, en 1562, un sacerdote franciscano, Diego de Landa,
quemó decenas de relaciones mayas llenas de jeroglíficos y dibujos. El mismo
Landa lo dice: “Les hallamos gran número de libros de estas sus letras, y
porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio,
se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena.”
Los religiosos que trabajaron en la zona
maya durante el siglo XVI, se entusiasmaban con la cantidad de indígenas que
aceptaban la religión católica, y se desconcertaban al descubrir que los mayas
no tenían el menor problema en aumentar sus prácticas religiosas agregando un
nuevo dios a sus altares y a sus ceremonias.
En el libro Informe contra los adoradores de ídolos, el sacerdote yucateco
Pedro Sánchez de Aguilar reacciona frente a dos problemas: el primero es el
resurgimiento de la idolatría en el país maya –más que resurgimiento, es de la no
extinción de esa religión de lo que se trata; el segundo es demostrar la razón
positiva que le lleva a contestar afirmativamente la pregunta que recorre todo
el libro: “¿Puede el Obispo de Yucatán, aprehender, encarcelar y azotar, sin el
auxilio del brazo secular, a los indios de esta Provincia, que adoran a los
ídolos?”.
La defensa de esta autonomía religiosa
–razón de ser del libro-, tiene en sus páginas previas a la conclusiones
finales, lo que llama “traer a la memoria” para “saborear” la historia de la Virgen
que sudó en Aragón, para de ahí pasar a la Virgen de Mérida y a la Virgen de la
parroquia de Santa Ana, que también sudaron en Yucatán, y lo que al principio
lo atribuyó al nuevo barniz que le pusieron en México, al leer “el milagro de
Aragón” también aceptó el carácter sobrenatural, milagroso de los hechos. Acto
seguido comenta que en 1607 llovió sangre en Valladolid, tal como atestiguaron
el sacerdote Fernando de Recalde y los
indios del pueblo de Tixcacal ante el alcalde de esa villa.
Y así, entre los sudores de las imágenes
de la Virgen, y la lluvia de sangre –fenómeno que también se registrará en
otros lugares de Nuevo Mundo- y
posteriores referencias a hechiceros, hechiceras y sortilegios, Sánchez de
Aguilar incluye, y testimonia su actuación directa en la extinción del famoso
duende de Valladolid que tuvo alterado a Yucatán en el siglo XVI y principios
del XVI, y cuyos asombrosos hechos se propagaron por todo el mundo de habla
española a Nueva España, por el Nuevo Mundo y hasta en España, donde el poeta de
origen venezolano y gran amigo de José Zorrilla, xxxxxxx, publicó en 186x la
leyenda sobre el duende
El autor de este Informe contra los adoradores de ídolos nació en Valladolid,
Yucatán, en 1555; nieto del conquistador Fernando de Aguilar y hermano de los
encomenderos Alonso y Francisco de Aguilar. Tuvo
estudios de la gramática maya antes de pasar a estudiar en el Colegio de San
Ildefonso y después consiguió el doctorado en la Universidad, de la Ciudad de
México.
Al volver a Yucatán tuvo a su cargo diversas parroquias hasta
pasar a Mérida donde fue adscrito al sagrario de la Catedral; en 1601 de forma
interina se desempeñó como provisor y vicario general de Yucatán; en 1613 fue
designado dean de la Catedral e inicio la redacción de su Informe sobre los
idolatras mayas; en 1617 viajó a España como procurador de Yucatán, llevando
sus escritos, uno de los cuales se perdió: una cartilla de Doctrina Cristiana
en lengua de los indios, en la que había trabajado más tiempo que en el
informe.
Desanimado de la poca atención prestada a su Informe sobre la
idolatría, al que había agregado “un caso estupendo de un duende, o demonio,
que infecto mi patria muchos años”, dejó de interesarse por su impresión, la
cual se realizó en Madrid veintidós años más tarde, en 1639, cuando ya Sánchez
de Aguilar tenía 20 años, desde en 1619, como canónigo de la catedral metropolitana
de la ciudad de la Plata, en la provincia de Las Charcas, “la ciudad más cara
del mundo”, donde se cree que falleció en 1648.
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