sábado, 11 de mayo de 2013



LA CACICA Y LOS CAPONES

                                                            Pedro Mártir de Anglería.

Permanecieron treinta nuestros en aquellos parajes (llamada Ayay y bautizada por Colón isla de Santa Cruz) durante dos días, y estando al acecho entretanto, vieron desde las troneras venir de lejos una canoa; y al advertir que sus tripulantes eran ocho hombres y otras tantas mujeres, a una señal atacaron la embarcación. Todos los que en ella estaban comenzaron a herir a los nuestros mediante saetas arrojadas con admirable rapidez y con crueles golpes; de este modo, antes de que pudiesen protegerse con los escudos, uno de los nuestros, que era cántabro, cayó atravesado por la flecha de una de las mujeres, la cual, con otra saeta, infirió a otro grave herida. Se dieron cuenta de que aquellos dardos estaban envenenados con cierta substancia, ahondada en derredor de la punta, de modo que retuviese la ponzoña y ésta no se corriera.

Había entre los enemigos una mujer, a la que, según podía conjeturarse obedecían los demás y respetaban como reina. La acompañaba su hijo, torvo, robusto, de mirada ferocísima y rostro leonino. Los nuestros a fin de no sufrir daños mayores, heridos de lejos, y pensando que sería mucho mejor trabar combate cuerpo a cuerpo, pusieron en movimiento con los remos la navecilla en que iban, y volcaron con gran ímpetu la canoa; se fue esta al fondo, pero así hombres como mujeres lanzaban contra los españoles sus mortíferas flechas con no menor aliento y frecuencia que anteriormente. Por fin lograron aquéllos capturarlos cuando ya se habían refugiado en un escollo cubierto por las aguas y después de dura pelea en la que murió uno y quedó lastimado de dos heridas el hijo de la reina.

Llevados al navío del Almirante, mostraban no menor ferocidad y tremendo semblante que los leones africanos cuando se dan cuenta de haber caído en el lazo. No hay quien los vea, que no confiese haber sentido una especie de horror en sus entrañas, tan atroz y diabólico es el aspecto que la naturaleza y la crueldad han impuesto en sus rostros. Lo digo por mi mismo y por los muchos que conmigo acudieron más de una vez a verlos a Medina del Campo.

Mártir de Anglería, Pedro: Décadas del Nuevo Mundo por..., primer cronista de Indias. Estudio y Apéndices por el Dr. Edmundo O'Gorman. Traducción del latín del Dr. Agustín Millares Carlo. José Porrúa e hijos, sucesores. Biblioteca José Porrúa Estrada de Historia Mexicana. Dos Tomos. México, 1964. Ver tomo I, Págs. 118.


NOTA
El contexto de esta historia contada por Mártir, son las amazonas. El tema debía estar en la orden del día porque se relaciona con lo dicho por Colón en su primer viaje, que ya tenía noticias de la isla y la existencia de amazonas. Mártir, sabiamente, no menciona para nada la posible identificación de la aguerrida cacica como reina de amazonas, pero se empeña en hacer manifiesto su furor, su fuerza, su excelente puntería y su terrible aspecto. El coste humano de este rápido enfrentamiento fue similar en ambos lados: dos españoles heridos por flechas envenenadas, y por los indígenas un muerto y herido el hijo de la cacica.

Pero si la cacica esta poseída de aptitudes amazónicas, otros detalles eliminan su militancia. Tiene un hijo varón y la acompañan, además de siete guerreras, siete hombres preparados para guerrear. Otro detalle curioso de este cuento es la equiparación de Mártir de estos indígenas con los exhibidos en Medina del Campo y que le produjeron “una especie de horror en sus entrañas”.

Como Mártir bebe en la misma agua que Hernando Colón y el padre Las Casas –imaginemos que en escritos originales de Colón–, esta historia también aparece consignada en la vida del almirante escrita por el hijo, y en la Historia de las Indias del sacerdote dominico. Como sucede muchas veces en este tipo de cuento, las cantidades se alocan y varían sensiblemente en los datos consignados por los cronistas y los historiadores.

La versión del hijo en la Historia del Almirante, es bastante diferente, y con algunos detalles importantes que no consigna Mártir. Para él, la canoa esta tripulada solo por cuatro hombres y una mujer, la cual lanzaba sus flechas con tanta fuerza y destreza que una de ellas pasó una andarga de lado a lado. Dos “cristianos” resultaron heridos en este breve enfrentamiento. Todo terminó cuando el batel de los españoles embistió a la canoa de los indígenas, que volcó, y así pudieron capturarlos sacándolos del agua, desde donde uno de los indios continuaba “lanzando muchas flechas como si estuviera en tierra”. Los cuatro indios que viajaban con la mujer en la canoa, habían sido capados (¿incluso el diestro arquero?), como acostumbraban los caribes para que engordasen, “lo mismo que nosotros acostumbramos a engordar los capones para que sean mas gustosos al paladar”.

En la Historia de las Indias del padre Las Casas, este mismo acontecimiento –que suele ser registrado como el primer enfrentamiento guerrero entre los indígenas y los españoles–, resulta prácticamente igual al contado por el hijo de Colón, salvo que al capturar a la mujer y a los cuatro indios, se vio que uno de ellos, sólo uno de ellos, “tenía cortado su instrumento generativo”.

Pero aquí no termina el cuento. Miguel de Cuneo, un italiano, tal vez amigo de Colón desde la niñez y, al igual que éste, hijo también de un tejedor de lana, viajó a las Indias en 1493, siendo uno de los 1200 tripulantes que en una de las 17 naves acompañó a Colón en su segundo viaje, permaneciendo en las Indias hasta febrero de 1495.

Pues bien, él también da su versión del cuento narrado por Mártir, Hernando Colón y Las Casas. Lo escribió en octubre de 1495, en una carta dirigida al “noble señor Jerónimo Annari”, con lo cual la versión de Cuneo es anterior a las tres ya citadas.

Para él, en la canoa que parecía un “bergantín bien armado”, viajan tres o cuatro hombres y dos mujeres caníbales (él los llama “cambalos”) y dos indios hecho esclavos, a los cuales “les habían cortado hacia poco también el miembro genital hasta el vientre”. El enfrentamiento guerrero, con ligeros matices diferenciales, relata la misma historia, sobresaliendo la anécdota del caníbal tirado al agua por creerlo muerto, y que de pronto se pone a nadar; los españoles lo capturan con un garfio, lo suben a la nave y le cortan la cabeza con un hacha. Cuneo también dice que a los tres caníbales vivos que quedaban, junto a los dos esclavos capados, los enviaron a España, lo que puede servir de respaldo a la versión de Martir de haberlos visto en Medina del Campo, con “su atroz y diabólico aspecto”.

Como colofón al cuento de la cacica y los capados, Cuneo incorpora un agregado personal muy pintoresco por la escasez de este tipo de testimonio en las crónicas: “Estando yo en la barca me apoderé de una mujer de los caníbales, muy hermosa, la cual el señor Almirante me regaló. Teniéndola en mi estancia, desnuda según es su costumbre, me asedió el deseo de solazarme con ella; deseándolo poner en ejecución y no admitiéndolo ella, me trató de tal manera con sus uñas, que jamás hubiese querido haber comenzado; visto lo cual, si he de deciros todo, tomé una cuerda y la azoté fuertemente, mientras ella daba gritos inauditos. Pero al final nos encontramos de acuerdo de tal manera, que para eso, os digo, parecía amaestrada en una escuela de putas.”

Pedro Mártir de Angleria, el autor del cuento que encabeza estas páginas, fue un sacerdote italiano, nacido entre 1455 y 1459, aposentado en la corte española desde 1488 hasta su muerte en 1526. En ella fue maestro de la nobleza cortesana, “corresponsal de guera” en la campaña de Granada contra los árabes, capellán de la reina Isabel, embajador español ante el sultán de Egipto (que contara en Legatio Babylonica) y, a la muerte de los reyes católicos, nombrado por Carlos V, en 1518, Consejero de Indias y en 1520, cronista.

Sus Décadas del Nuevo Mundo, son cartas escritas a personajes importantes de la nobleza italiana y de la corte papal, donde va registrando una especie de crónica de las Indias, que se ha considerado por su inmediatez muy próxima al estilo y el concepto del periodismo moderno. En ellas, en un lenguaje coloquial, va narrando el descubrimiento y la conquista de América, con información dada por el mismo Colón, por los conquistadores, por cartas, crónicas y relaciones de méritos. Su información es amplísima y los datos de sus décadas fundamentales para conocer los hechos históricos de América según se iban recibiendo en la Corte y en el Consejo de Indias.

La primera década se inicia en 1494 y la octava concluye en 1526, poco antes de su muerte. La primera década se publicó en 1511; se reimprimió la primera, agregando dos décadas más, en 1516; en 1521 se publicó la cuarta década; y en 1530, de forma póstuma, las ocho décadas que han llegado hasta nosotros. La primera edición en castellano, impresa en Madrid, es de 1892, y la segunda, impresa en Buenos Aires, en 1944. Existen otras dos ediciones próximas: la impresa en México por José Porrúa e hijos en 1964, con un estudio y apéndices de Edmundo O’Gorman y traducción de Agustín Millares Carlos; y la de la editorial Polifemo, impresa en Madrid en 1989, con introducción de Ramón Alba.


· Mártir de Anglería, Pedro: Décadas del Nuevo Mundo por..., primer cronista de Indias. Estudio y Apéndices por el Dr. Edmundo O'Gorman. Traducción del latín del Dr. Agustín Millares Carlo. José Porrúa e hijos, sucesores. Dos tomos. México, 1964. 792 págs.

· Colón, Hernando: Vida del Almirante don Cristóbal Colón, escrita por su hijo… Edición, prólogo y notas de Ramón Iglesia. Fondo de Cultura Económica. México, 1947. Págs. 149–150

· Colón, Hernando: Historia del Almirante. Introducción de Luis Arranz. Historia 16. Dos Tomos. Madrid, 1991. Ver Tomo I. Ver pág. 169.

· Cuneo, Miguel de: “Relación de…”, en: Carta de Particulares a Colón y Relaciones Coetáneas. Recopilación y edición de Juan Gil y Consuelo Varela. Alianza Editorial. Madrid, 1984. Ver págs. 241-242

· De las Casas, Fray Bartolomé: Obras escogidas de.... Historia de Las Indias. Texto fijado por Juan Pérez de Tudela y Emilio López Oto. Estudio crítico preliminar y edición de Juan Pérez de Tudela Bueso. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores Españoles... (continuación), 96. Dos tomos. Madrid, 1961. Ver tomo I, Págs. 248–249.

 

 

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