LA
CAPTURA DE HUÁSCAR
Juan Ruíz de Arce
Este señor dela tierra Inperio Incaico, Perú) se
llamaba Huáscar[1];
era hermano de Atahualpa, el que nosotros prendimos; era hermano mayor. Este heredaba
todo el reino. Tuvieron estos dos hermanos mucha guerra sobre cuál de ellos
había de ser señor.
La causa de su guerra fue esta: su padre que
era señor de toda la tierra, que se llamaba Huayna Cápac[2], siendo señor,
se le alzó Quito. Le fue forzado ir a hacerle venir a su servicio, y, para ir
dejó al hijo mayor, que heredaba reino, por gobernador y señor de la tierra, y
hizo a todos los señores que lo obedeciesen. Y así fue a poner en paz a Quito.
Y, estando en Quito, álcesele una provincia que se dice los Caraques. Le fue forzoso
dejar la tierra e ir allá; dejó por gobernador de ella a su hijo Atahualpa.
Yendo caminando en demanda de los Caraques, un día amaneció muerto. Como los
hijos supieron de su muerte, se alzó cada uno con la tierra que tenia.
Huáscar que era el mayorazgo, envía un
mensajero a Atahualpa, a saber por quién tenía la tierra. Él le envió a decir
que era hijo de Huayna Cápac, y su padre lo había dejado allí, que tuviese por
bien de dejarle le aquel rincón. El le envío a decir que los hijos bastardos de
los reyes que no habían de heredar los reinos, que luego saliese de su tierra,
porque el era hijo legitimo de Huayna Cápac y mayorazgo y el heredaba todos los
reinos de su padre, y el era hijo bastardo que luego se saliese de su tierra;
si no, que le había luego de hacer la guerra a fuego y a sangre. Atahualpa le envío
un mensajero rogándole, que era su hermano, que tuviese por bien de dejarle un rinconcillo
que su padre le había dejado. Oído el mensajero manda hacer justicia luego del,
sabido por Atahualpa y su gente, el era tan bienquisto en su tierra que fue muy
importunado todos cuantos en ella había que le hiciese la guerra. Y así lo
hizo. Y el día que prendimos a Atahualpa, aquel día prendió un capitán suyo a
su hermano, que era el señor de la tierra.
Este capitán que le prendió se decía Calcuchimac[3]. Era un hombre
alto robusto; era muy ardid en la guerra. Prendió al señor del Cuzco[4], de esta
manera: él fue con treinta mil hombres de guerra sobre el Cuzco; salieron a él
la gente de Huáscar, que era el señor del Cuzco. Y como él llevase su ardid de
guerra, pensando pelear muy poco y recogerse con su gente, y ponerse en huida.
Y era ya sobre tarde. Y por ser noche, se volvieron al Cuzco. La gente de
aquella tierra tiene por costumbre que, cuando tienen victoria y huyen sus
enemigos, hacen muy grandes regocijos y se emborrachan. Y como Calcuchimac
supiese la costumbre de ellos, en siendo noche se vuelve sobre el Cuzco, al cuarto
del alba, y da en ellos y prende a Huáscar y le mata mucha gente.
Otro día, desde que los de la tierra vieron el
señor preso y mucha gente muerta, se llama a gente para la guerra[5] y se junta
tanta gente en cantidad, que había ciento para uno. Y vienen sobre Calcuchimac
y le ponen cerco. Y desde que él conoció la ventaja, vio que no tenía remedio.
Va adonde estaba Huáscar, que lo tenía preso en la fortaleza, y le dice:
–Huáscar[6]: ¿que te parece
lo que he hecho?
Le respondió Huáscar:
–Haz hecho lo que tu señor te mando.
Le respondió Calcuchimac:
–No lo he hecho por eso, por hacer lo que Atahualpa
me ha mandado, que es un traidor y el mayor tirano que hasta hoy se visto. Lo
que he hecho ha sido para que veas quién yo soy y para que te sirvas de mi y de
toda esta gente que yo traigo de Atahualpa, porque si así no fuera no la
pudiera yo traer acá, como la traje. Yo bien se que eres mi señor natural y que
heredas estos reinos y que Atahualpa, tiranamente, los tiene y te quiere tomar cuanto
tienes. Yo, sabido esto, y porque te críe, vengo a servirte y a ofrecerme de
traerte aquí preso a Atahualpa muy presto. Para esto yo te pido, por la crianza
que me debes y por lo que deseo servirte, que tú me otorgues la vida y me hagas
tu capitán general.
Y entonces se levantó Huáscar y le dijo:
–No digo yo hacerte capitán general. Si tú haces
esto, traerme Atahualpa preso, tu serás señor de toda mi tierra.
Entonces le dio Calcuchimac:
–Pues conviene que mandes a todos tus indios
que dejen de pelear y vengan aquí todos los capitanes y señores principales que
aquí están contigo y me obedezcan por general suyo.
Luego Huáscar mando llamar y entrar todos en la
fortaleza donde Huáscar estaba. Y como Calcuchimac los vio dentro, mandó luego
a su gente que los descabezasen. Y muertos los capitanes y señores, da tras la gente
menuda, y ellos, como se vieron sin capitán ni quien los mandase, huyeron. Mató
mucha gente y aseñoreóse en la ciudad y mandaba toda la tierra. Y luego envío,
con diez mil hombres, a Huáscar, preso, a su señor Atahualpa. Y llevándolo preso,
en el camino, le fue dada a Huáscar la nueva de como los cristianos tenían
preso Atahualpa y que éste había mandado dar una casa de oro a los cristianos para
que lo soltasen. Y como el fuese muchacho, se le soltó una necedad, la cual
hizo mal a él y a nosotros[7]. Y dijo a
quien le dijo que Atahualpa había mandado dar una casa de oro a los españoles.
–¿Qué oro tiene él para dar a los cristianos?
¿No sabe él que es todo eso mío y no lo puede dar? Más yo iré allá, y si él ha
mandado una casa de oro, yo le daré dos y los cristianos sabrán la verdad de
todo.
Dicho esto, tiran luego por la posta y le hacen
saber a Atahualpa todo lo que Huáscar había dicho. Sabido por Atahualpa, manda
luego a gran prisa al capitán que lo traía que le cortase la cabeza y lo echase
un río abajo, Y así murió y perdimos nosotros harta cantidad de oro. Mandaba Atahualpa
a su capitán Calcuchimac, que no tocasen en casa de su padre ni en las Casas de
sol que ellos tienen por monasterios.
Y en esta tierra tienen esta orden: el señor
que fuere, se manda enterrar en el Cuzco. Allí, en el Cuzco, tienen un
monasterio, donde todos los señores se entierran. Allí están muchas hijas de
señores, retraídas. La costumbre que tienen es esta: cada una tiene su celda y
sus mujeres de servicio. En el medio del monasterio está un patio grande; en el
medio del patio esta una fuente y junto a la fuente está un escaño. Este escaño
era de oro, pesó diez y ocho mil castellanos. Junto al escaño estaba un ídolo.
Al mediodía quitaban el cobertor que tenia el escaño, llevaba cada monja un plato
de maíz y otro de carne y otro de un jarro de vino, y lo ofrecían al ídolo. Y
desde que habían acabado todas de ofrecer sus sacrificios, venían dos indios,
que tenían cargo de aquello, que traían un brasero de plata, grande, encendido;
echaban el maíz y la carne, y el vino lo echaban en la fuente. De que acababan
de quemar, e hacían su sacrificio y alzaban las manos al sol y le daban gracias.
En esta tierra adoran al sol.
Y como Atahualpa mandase que no tocasen en cosa
de su padre ni en los monasterios, hallamos el oro y plata que su padre tenia.
Hallamos muchas ovejas de oro y mujeres y cantaros y jarros y otras piezas
muchas. Hallamos en todos los aposentos del monasterio, alrededor del, junto a
las tejas, una plancha de oro, tan ancha como un palmo. Esto lo tenían todos
los aposentos del monasterio. Se juntó aquí mucho oro y plata, y fue tan buena
esta fundición como la primera. Cúpole a su majestad, de oro y plata, otro millón
de pesos[8]. De oro, hubo
muchos compañeros que de esta fundición y de la otra, quedaron con cuarenta mil
castellanos, y otros a treinta e otros a veinte e otros a quince; no bajo
ninguno de diez hecha la fundición.
“Advertencias de
Juan Ruíz de Arce a sus sucesores”, en: Canilleros, Conde de: Tres testigos de
la Conquista del Perú. Espasa-Calpe Argentina, S.A. Colección Austral 168.
Buenos Aires, 1953. Págs. 107 a 113.
NOTA
Esta versión de la captura y derrota definitiva
de Huáscar por Calcuchimac es, además de una
tontería, un hecho absolutamente inverosímil. Resulta también difícil de creer
que tal versión circulase entre los españoles acantonados en Cajamarca. Lo
registrado por el conquistador Ruiz de Arce sirve para ilustrar la manera como
la memoria alteraba los hechos o improvisaba para redondear y completar un episodio
–un cuento, bastante pobre imaginativa y literariamente– de la autobiografía
lineal que, en este caso, se va contado. Este cuento también sirve de
advertencia para buscar, siempre, otras fuentes que registren el mismo hecho
histórico y cuidarse de aceptar la primera versión que se lee.
De acuerdo a la versión dada por el historiador
peruano José Antonio del Busto, Huáscar fue capturado y derrotado por las
tropas de Calcuchimac y las de Quisquis, luego de una batalla dada en una
quebrada con ventaja posicional y estratégica de los generales de Atahualpa.
Según del Busto, en plena batalla, Calcuchimac
se dedicó a buscar a Huáscar que, “lejos de huir combatía animosamente.
Entonces Calcuchimac, con algunos de los suyos, se deslizó hasta el Inca, saltó
y asiéndose de sus vestiduras, lo derribó de su litera. ¡El cóndor real había
caído, cinco o seis halconcillos los habían traído a tierra…!”.
Luego de ser saqueado el Cuzco y exterminados
todos los miembros de la pallaca de Huáscar de forma brutal y sádica, el Inca
derrotado fue enviado hacia Cajamarca, para ser entregado a su hermano vencedor,
Atahualpa. Pero en el camino, los capitanes que comandaban el pequeño ejercito
que lo conducía, recibieron la orden de asesinarlo, lo cual se ejecutó
lanzándolo desde un acantilado a las turbulentas e impetuosas corrientes del
río Andamarca.
Juan Ruíz de Arce, el autor de esta versión de
la captura de Huáscar, nació en Extremadura en 1507. Su padre era hidalgo y su
linaje procedía de las montañas de Santander. A los 18 años se embarcó rumbo a
América en búsqueda de fortuna. Deambuló, con irregular suerte por la Española,
Jamaica, Honduras y Nicaragua. En 1532 llegó a la Bahía de San Mateo para incorporarse
a las huestes de Francisco Pizarro que iban a la conquista del Perú.
Estuvo en Cajamarca y en el Cuzco, participando
activamente en estos dos históricos acontecimientos del inicio del derrumbe del
Imperio Incaico. Con la parte que le correspondió en el reparto del tesoro en
Cajamarca, más la parte de lo obtenido en el Cuzco, decidió regresar a España,
a donde llegó en 1535, luego de diez muy afortunados años en América.
En España fue recibido por la emperatiz Isabel,
esposa de Carlos V, quien le dio el privilegio de tener escudo de armas.
Siempre dispuesto a servir a su rey, dio sus dineros para las guerras del
emperador contra los infieles, recibiendo a cambio rentas de juros. En 1542 se
ofreció a pelear contra Francia, con caballo y lanza, ofrecimiento trunco por
el retiro de las tropas francesas, pero sobre esta voluntad de servir a su
patria, Ruíz de Arce la hizo constar en acta notarial.
Se supone que las advertencias a sus
descendientes las dictó en 1543. Según el Conde de Canilleros, editor del texto
más difundido, el original dictado por Ruíz de Arce está muy mal redactado, es
de prosa machacona, confusa y puntuada caóticamente (sin ningún punto y
aparte). La lectura del texto existente resulta un verdadero tormento, un
laberinto agotador. Por tal motivo, “sin
la más leve alteración de fondo”, el Conde de Canilleros prácticamente –dice- reescribió
todo el texto original, el cual puede consultar se la edición Eva Stoll.
- “Juan Ruiz de Arce”, en: Canilleros, Conde de: Tres testigos de la Conquista del Perú. Espasa-Calpe Argentina, S.A. Colección Austral 168. Buenos Aires, 1953. Págs. 33 a 40.
- Stoll, Eva: La memoria de Juan Ruiz de Arce (1543). Conquista del Perú, saberes secretos de caballería y defensa del mayorazgo. Veuvert – Iberoamericana, 2002. Madrid, España. 128 págs. (Incluye la transcripción del texto original).
[1] El nombre en la crónica es Guaycara para Huáscar y Atabalica
para Atahualpa; se cambian.
[2]
Guaynacava en la crónica; se cambia a Huayna
Cápac.
[3] Chiranchiman en el texto; el general que captura a Huáscar
es Calcuchimac: se cambia el nombre.
[4] En algunas crónicas los españoles llaman Cuzco viejo
a Huayna Cápac y Cuzco joven a Huáscar.
[5] En el texto “apellídense”, en el sentido de llamar a
gente para la guerra.
[6] Es muy extraña la manera como el general de
Atahualpa se dirige, sin especial respeto, al señor del Cuzco y del Imperio, a
pesar de estar prisionero.
[7] Huáscar ya no era un muchacho; llevaba más de 10
años gobernando el Imperio Incaico.
[8]
Al rey de España le tocaba el quinto, la quinta parte del valor de lo obtenido
por los conquistadores de América.
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